Las empresas y los gobiernos, promueven la “carbono neutralidad” como un supuesto cambio radical que lograría llegar a un balance en el que se elimina la misma cantidad de gases de efecto invernadero que se emite al generar una actividad determinada “en la medida que sea posible”.
Según este supuesto, cada tonelada de CO2 fósil emitida estaría siendo igualada con una tonelada que es absorbida por plantas, océanos, suelos o rocas. Sin embargo, esta presunción no distingue que hay dos tipos de carbono, aquel que viene de los fósiles que se han mantenido bajo tierra por millones de años, y aquel que circula en el ciclo natural del carbono en la troposfera o donde se genera la vida. Bajo esta visión, para alcanzar el objetivo de carbono neutralidad, se debe hacer millones de plantaciones de árboles, para “compensar” con el carbono almacenado en la vegetación existente, en los humedales, en los suelos, en los océanos, o mediante proyectos de BECCS, entre otras propuestas.
Este falso discurso de la “carbono neutralidad”, si bien no tiene ningún asidero científico, en la práctica, contribuye a perpetuar la creencia en la salvación tecnológica, y disminuye la sensación de urgencia en torno a la necesidad de empezar a dejar de extraer hidrocarburos fósiles del subsuelo. Las corporaciones buscan “quemar ahora, compensar después”, o lo que es lo mismo “pagar para contaminar”, lo que ha provocado que las emisiones de carbono sigan aumentando. También ha acelerado la destrucción del mundo natural, al aumentar la deforestación y el enorme riesgo de elevar aún más la temperatura del planeta.
Ningún modelo petrodependiente y energívoro puede ser carbono neutral.
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