En el marco de un sistema de generación creciente de residuos nos enfrentamos a la búsqueda frenética de soluciones cortoplacistas como el enterramiento o la incineración de los residuos (y la conversión de residuos en energía). Este supuesto aprovechamiento de los residuos para energía en realidad produce desechos tóxicos, contamina el aire y contribuye al cambio climático. Los costos de aquello se externalizan en el medio ambiente y las personas.
Los incineradores emiten más CO2 (por megavatio/hora) que las centrales eléctricas de carbón, gas natural o incluso petróleo. Además, la incineración es el método más costoso para generar energía y manejar los residuos, creando una carga económica significativa para las ciudades.
La idea de que los residuos desaparecen o se reaprovechan desalienta los esfuerzos de reducción en la generación de los mismos, y el consiguiente cuidado de la naturaleza, creando por el contrario un incentivo perverso para generar más residuos.
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