Los mercados de carbono permiten a las empresas comprar exenciones baratas de la regulación del dióxido de carbono de las Naciones Unidas o de los gobiernos nacionales. También permiten a cualquiera, comprar certificados que afirman que su contaminación por dióxido de carbono ha sido “neutralizada”. En parte, estas exenciones y certificados, son fabricados por corporaciones o Estados que asumen y ponen en funcionamiento las capacidades de “limpieza” de la tierra, o gastan dinero en actividades capitalistas que son certificadas como “menos destructivas de lo normal”. De este modo, las centrales eléctricas de Europa por ejemplo, pueden seguir contaminando el aire con dióxido de carbono mientras compren que demuestren que están colonizando la capacidad fotosintética de los bosques de América Latina, África o Asia; o que están liberando menos metano de lo que dicen que es normal.
Los mercados de carbono -que se han extendido por todo el mundo desde la década de 1990 y son la principal respuesta oficial al cambio climático en la actualidadsiguen el modelo de los mercados de servicios ambientales de las décadas de 1970-1990 en Estados Unidos. Se trataba igualmente de esquemas neoliberales que permitían a las empresas ahorrar dinero al no tener que obedecer las nuevas leyes ambientales estadounidenses que entraron en vigor en los años 1960-1970.
Una buena parte del nuevo capitalismo verde se basa en los mercados de carbono, respaldados por las principales empresas mineras, petroleras, de fabricación masiva de manufacturas, tecnologías digitales, aviación y transporte marítimo, entre otras; al igual que por Wall Street, grandes ONGs de Washington como Environmental Defense Fund y The Nature Conservancy. Todas las agencias de Naciones Unidas y el Banco Mundial, los gobiernos del mundo y miles de investigadores universitarios están a favor del mercado de carbono.
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