Mecanismos de compensación

 La comprensión hegemónica de la gestión ambiental ha instaurado una narrativa para entender y tramitar los impactos de las acciones de origen humano (entiéndase sobre todo de grandes inversiones capitalistas) sobre los ecosistemas, mediante teorías económicas liberales, como la economía ambiental. En orden descendente, estas intervenciones dicen evitar, prevenir, mitigar, y compensar los daños ambientales. 

Si hacemos una analogía con la violencia cotidiana que viven las mujeres, sería como tratar de compensarla mediante regalos. 

Las compensaciones se están aplicando a distintos ámbitos, como al ciclo del carbono o a la pérdida de biodiversidad. Cuando se habla de compensaciones, es preciso tener claro que se pretende “compensar” un daño ambiental, o comprar “certificados de compensación de biodiversidad” para poder destruir biodiversidad, en el mismo lugar o en otro lejano. 

Las megarepresas e hidroeléctricas a gran escala, una mina, un pozo petrolero, una carretera, etc., pueden provocar la desaparición de especies vegetales y animales. ¿Qué tan ético es hablar de compensar una vida por otra? 

Las compensaciones funcionan con equivalencias; si destruyo la biodiversidad aquí, puedo conservarla en otro lado donde hay especies animales y vegetales parecidas; si emito gases de efecto invernadero aquí, puedo pagar por adquirir créditos de carbono, mediante proyectos REDD, en mercados de carbono u otros. Entonces, no se trata de evitar los daños, que se continúan intensificando, sino de adquirir permisos para “compensar” los daños causados. 

Esta lógica, que no contribuye a cuidar los ecosistemas ni el clima planetarios, además acarrea el problema de que la conservación corporativa está privatizando territorios como fuente de servicios ambientales y generando certificados de compensación. Estos mecanismos de mercado suponen una posibilidad para acaparar tierras, que quedan fundamentalmente, en manos de grandes contaminadores o de transnacionales de la conservación que reciben fondos de ellas y operan realmente como una fachada para continuar contaminando. A menudo se crean pequeñas islas “conservadas” despojadas de comunidades legítima y ancestralmente propietarias de los territorios, y cuyos saberes y prácticas, han permitido preservarlos en armonía.

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