REDUCCIÓN DE EMISIONES POR DEGRADACIÓN Y DEFORESTACIÓN – REDD – Una de las muchas funciones ecológicas de árboles y arbustos, a medida que van creciendo, es la captura de carbono. Si un árbol es derribado, este carbono es liberado en forma de emisiones de dióxido de carbono, por esto, la degradación forestal y la deforestación son una importante contribución al cambio climático. Durante la COP13, realizada en Bali en 2007, la Convención Marco de Naciones Unidas, reconoció a REDD como un instrumento para avanzar en la lucha contra el cambio climático, sin embargo, esta concepción no mejora la situación e incluso puede contribuir a agravarla.
Los mecanismos REDD+ no tratan de evitar las emisiones, tampoco de evitar la deforestación, sino básicamente, tratan de emitir menos de lo que originalmente se pensaba emitir por tumbar las selvas y bosques.
Esta idea acarrea distintos problemas:
1. Las selvas y bosques son vistas apenas como sumideros de carbono, soslayando otras funciones vitales para las culturas y los ecosistemas: si un árbol apenas sirve para almacenar carbono, es igual de valioso un monocultivo forestal -los famosos desiertos verdes, sin diversidad, lesivos para el agua y los suelos- que una selva diversa y pululante de vida, la que aparte de su papel en el ciclo del carbono, es indispensable para la regulación hídrica, el cuidado de la biodiversidad, la salud de los suelos, y más.
2. En muchos casos, el funcionamiento de REDD+ privilegia a grandes empresas contaminantes o a los llamados carbon cowboys, y a los especuladores financieros, pues una selva se valora calculando la cantidad de carbono acumulado en ella y se crean mercancías a partir de ello. REDD es un mecanismo complejo. Una de las formas básicas en que funciona es: un comprador de carbono ofrece a una comunidad -a menudo comunidades indígenas propietarias o cuidadoras de las selvas y bosques- una compensación por no destruir el territorio -que de todas maneras no iban a destruir y que ya estaban cuidando- a cambio de certificados de carbono que serán usados por los contaminadores o como activo financiero. Para esto suelen realizarse contratos, con bastante secretismo e incluso en idiomas distintos a los hablados por las comunidades, por periodos de tiempo de hasta 100 años y prorrogables.
3. REDD+ transforma las relaciones culturales de los pueblos con la naturaleza no humana. En esa vía, los proyectos privan a las comunidades de sus relaciones de medicina, alimento, hogar y espiritualidad con el territorio, además, pueden generar presiones para deforestar, pues necesitan crear un riesgo sobre los ecosistemas en el esquema, por lo cual se le ha denominado incentivo perverso.
4. Las selvas bajo contratos REDD+ se contabilizan en término de créditos de carbono, que no son otra cosa que una carta blanca para continuar contaminando. Por ejemplo, una empresa petrolera que adquiere determinado número de créditos de carbono provenientes de una selva que ya estaba siendo cuidada por formas tradicionales, obtiene “licencias, permisos o certificados” para emitir, en cualquier lugar del mundo, una cantidad similar de Gases de Efecto Invernadero. De esta manera, REDD no contribuye a la lucha contra el cambio climático y además supone una vulneración de los derechos territoriales de los dueños de los bosques, las comunidades que cuidan los territorios, porque entienden la contribución de manglares, selvas, turberas, bosques, etc. al hermoso y complejo entramado de la vida.
5. Los proyectos tipo REDD+ violan los derechos de la naturaleza puesto que al prohibir el uso tradicional de los bosques, la biodiversidad no puede ser recreada, y porque permite que se siga emitiendo CO2, contaminando el agua y/o destruyendo la biodiversidad.
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